jueves, 13 de octubre de 2011

Vivir en paz

Vivir en paz. La verdad es que no es nada fácil vivir en paz. Más que nada porque vivir en paz significa que disponemos de una tranquilidad interior que se reflejará exteriormente a los ojos de los demás por nuestros actos, actitudes, etc., y alcanzar dicho estado de espíritu no es algo que muchos consigan alcanzar. Tener vida interior es la clave para alcanzarlo y perdonar es uno de los caminos con el que tendremos que enfrentarnos cara a cara. Tampoco es fácil perdonar. Nada fácil. Además, nosotros que somos hombres, nos sabemos orgullosos y nos cuesta perdonar, sobre todo cuando ese orgullo que tanto intentamos cuidar, se ha dañado en algún momento. A mí me cuesta mucho. Por alguna razón, siempre he sido muy sensible. Por ejemplo, los pequeños detalles que quizá le darían igual a un chico de mi edad pueden afectarme mucho positiva o negativamente.

Tener demasiados sentimientos no es algo malo, siempre y cuando uno sea consciente de ello y los sepa controlar. Si tengo una personalidad que se fija mucho en los detalles y opiniones de la gente, tendré que saber dar importancia a lo que realmente es importante y quitarle peso a lo que no lo es. De otro modo, jamás podré vivir en paz pues estaré pendiente de lo que me digan o del modo como va a reaccionar la gente a las cosas que hago.  

No es fácil perdonar. A veces, uno va guardando pequeñas piedras de esta o de aquella persona y al final tendremos una bolsa tan llena de piedras que somos incapaces de disfrutar cuando esa persona está con nosotros. ¿La solución? Echar fuera todas esas piedras y empezar otra vez. Y si es necesario, otra vez y después, otra vez. La vida es una asignatura en la que nadie puede sacar matricula. Por muchas teorías que el hombre sea capaz de inventar, nunca podrá encontrar la medicina infalible, a modo de piedra filosofal, para una vida perfecta. Sólo encontrará la paz si está dispuesto a recomenzar constantemente.  

Muchas veces la falta de paz interior se debe a la falta de felicidad y la falta de felicidad se debe a la falta de lo primero. Todo hombre busca ser feliz y para serlo es necesaria la perfección espiritual. Solo cambiando, modificando, conociendo y aceptando la realidad interior que llevamos dentro podremos darnos y entregarnos a los demás. En relación con esto, creo que los cristianos tenemos mucha suerte. Porque, no hay nada mejor que poder confesarnos y echarlo todo fuera una y otra vez. No hay nada mejor que saber que por lo menos alguien se preocupa de que esa agua que llevamos dentro se encuentre tranquila y pueda reflejar nuestra alma de una manera limpia. De otro modo, si el alma sigue temblando, no nos podremos ver a nosotros claramente y tampoco a los demás: es cuando sentimos que hay algo “turbio” dentro de nosotros que nos molesta, que constantemente asalta nuestro sub-consciente y que, de manera más temprana o no, también afectará a los demás.

El cristiano tiene la gracia de poder darle al dolor un sentido más transcendente, y así hacer que tenga un sentido más humano. Si logramos superar la frustración que produce a veces la vida, o por lo menos crear en nosotros una disposición a intentar entender y comprender los diversos fenómenos que van ocurriendo en ella, podremos vivirla de una manera más consciente y profunda.

A veces vivimos corriendo, hay tantas cosas que tenemos que hacer y a las que tenemos que corresponder que vivimos sin vivir. Es esencial que uno se pare a veces y vea las cosas en slow-motion. Dónde estamos y porqué. A dónde vamos y si no a dónde estamos dispuestos a dejar que nos lleven.  El tiempo y las decisiones son una pareja amorosa que se divierte haciéndonos sufrir. Siempre tenemos miedo de tomar grandes decisiones porque el tiempo va a pasar y, si las cosas no salen como lo habíamos pensado de las dos, pueden ocurrir dos cosas: o bien, nos dejamos sorprender y alegrar por lo que la vida nos ha regalado y no esperábamos, o bien, consideramos que hemos perdido un tiempo precioso de nuestra existencia y que ha sido un oportunidad desperdiciada porque ya no hay vuelta atrás. El saber que este última puede ocurrir es lo que nos hace mantener un pie atrás muchas veces. Y esto es una equivocación. Es cierto que uno tiene que pensar en lo que quiere, pero vivir sin decidir es simplemente existir: uno que sólo corresponde a los acontecimientos que van apareciendo en su vida pero no toma ninguna decisión, y no busca algo más; ese alguien no vive la vida ciertamente y su realidad interior casi no existirá.

En fin, hay tantas cosas que querría decir y tan poco espacio que prefiero dejar caer estas ideas: que la paz interior es lo que nos permite vivir en paz con los demás y con nosotros mismos; que aun que nos encontremos tristes y decepcionados podemos ser gente alegre a los ojos de la gente porque interiormente le hemos dado un sentido objetivo a nuestras inquietudes; que la paz interior muchas veces se encuentra hablando y exteriorizando todas las preocupaciones y deformaciones interiores con los demás y encontrando en ellos comprensión o por lo menos entendimiento; que vivir en paz significa más que nada el logro e intento constante de uno en auto-realizarse y en conocerse y dejarse conocer sin miedo por uno mismo.  

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